La orientación sexual, tiene que ver con a quién se dirige nuestro deseo; es decir, quién nos gusta, quién nos pone, de quién nos enamoramos. ¿Los hombres? ¿Las mujeres? ¿Los hombres y las mujeres? ¿Ni los hombres ni las mujeres?
Para “categorizar” esta cuestión, se suelen establecer tres cajas: una de ellas, que lleva la “etiqueta” HETEROSEXUAL, se refiere a aquellas personas que se sienten atraídas por personas de distinto sexo al suyo (habitualmente, hombres que se sienten atraídos por mujeres y mujeres que se sienten atraídas por hombres). La segunda, HOMOSEXUAL, se utiliza para aquellas personas que se sienten atraídas por personas de su mismo sexo. Y, por último, la tercera, BISEXUAL, incluye a aquellas personas que se sienten atraídas tanto por hombres como por mujeres.
Pero la realidad es que, aunque las cajas siempre son útiles para ordenar el mundo, la mayor parte de las veces se quedan cortas a la hora de reflejar la diversa realidad. Y eso es, precisamente, lo que ocurre en este caso: hay personas que no se sienten cómodas en ninguna de esas cajas, y otras cuya experiencia varía en diferentes momentos de su vida.
Por ejemplo: ¿En qué caja “meteríamos” a un chico que, durante el año pasado, se enrolló con nueve chicas y un chico? Sin preguntarle, en ninguna: si vuelves al primer párrafo de este post, verás que no decimos que la orientación tenga que ver con nuestras prácticas. Pero bueno, aventurándonos:
- Alguien podría decir que se trata de una persona heterosexual, puesto que la mayoría de sus encuentros fueron con mujeres.
- Otra persona podría decir que sí, que la mayoría fueron mujeres, pero que ese hombre es muy significativo y que, por lo tanto, nuestro chico es homosexual.
- Y, por último, podría haber quien nos dijera que, como en su “lista” hay mujeres y hombres (aunque sea sólo uno), es bisexual.
Te proponemos dejarnos de tanta caja y entender la orientación del deseo como un camino con algunas bifurcaciones, en el que en uno de los polos se sitúa la atracción hacia las mujeres y, en otro, la atracción hacia los hombres; así, el chico del ejemplo podría colocarse cerca del primer polo, pero sin llegar al extremo. Y frente a un modelo mucho más rígido y que muchas veces genera enormes agobios, resulta mucho más sencillo y liberador poder situarnos en algún punto de ese continuo. Lo habitual es que ese punto se mantenga a lo largo de nuestra vida, pero en ocasiones puede desplazarse, especialmente durante la adolescencia, un momento en el que comenzamos a sentir atracción y deseo por otras personas y, por lo tanto, a reconocer nuestra orientación.
Además, cuanto más se normaliza lo de hablar de nuestras vivencias en público, más se pone de manifiesto la enorme diversidad que existe. Hay personas que se caracterizan por la ausencia de deseo erótico (asexualidad); personas que sólo experimentan deseo una vez que han construido un vínculo afectivo con la otra persona (demisexualidad), o quienes sienten atracción por otras personas sin importar cuál es su sexo (pansexualidad). No se trata de tener casi tantas etiquetas como personas, pero sí es importante que tengamos en cuenta estas diferentes experiencias personales, que aportan matices al camino.