Te proponemos hablar menos de fidelidades/infidelidades, que al fin y al cabo cada persona entiende a su manera, y más de lealtades/deslealtades a las normas que podéis establecer en la pareja.
Todas las parejas se rigen por un contrato -más o menos explícito- que establece las “normas” de lo que se puede o no hacer en la relación: los tiempos personales y el tiempo común; el reparto de las tareas; qué ocurre o puede ocurrir en la cama, o cómo de abierta o cerrada es la pareja entre otras. Es muy frecuente que, en realidad, no se hable mucho sobre esas normas (para algo nos han enseñado que, en pareja, todo debe surgir y ser espontáneo), y que cada persona presuponga que va a ocurrir aquello que considera correcto respecto a cómo debe ser o funcionar la relación.
Una de las cosas que suelen presuponerse es la fidelidad. Y la movida con la fidelidad (o, mejor dicho, con la infidelidad) es que cada quien la entiende a su manera.
Para muchas personas, una infidelidad es que la pareja tenga relaciones sexuales con otras personas. Y en ese punto podríamos incluso detallar de qué prácticas concretas hablamos. ¿Es besarse?¿Es tocarse?¿Es masturbarse?¿Nos referimos únicamente de la penetración porque se supone que es la práctica estrella?
Hay otras personas que consideran como infidelidad que su pareja pueda tener sentimientos hacia otra persona, o que le dedique el mismo tiempo o los mismos cuidados que le dedicaría a su pareja.
Incluso hay personas que pueden considerar infidelidad fantasear con otra persona, desearla o utilizar un juguete erótico.
En este punto es interesante mirar hacia dentro y pensar cuáles son nuestras emociones y posiciones al respecto, teniendo en cuenta que este tema, por supuesto, tiene un componente cultural. Dependiendo del contexto cultural y del momento histórico en el que vivamos, tendremos una idea diferente de lo que significa la infidelidad. Por ejemplo, existen culturas en las que la poligamia es socialmente aceptada, y cada vez conocemos más personas involucradas en otros vínculos no normativos, como el poliamor, y para las que enrollarse con otra persona o sentir “algo” por ella no significa ser infiel.
Te proponemos hablar menos de fidelidades-infidelidades y más de lealtades-deslealtades a las normas que se establecen en pareja. Y para ello, es necesario hablar de esas normas; establecer expactativas y límites claros, que ambas personas estén dispuestas a respetar y cumplir, y que, por lo tanto, tengan sentido para ellos/as.
Poner el foco en estas lealtades significa hablar de bienestar. No se trata tanto de pensar en la infidelidad como un juego de sospechas (a ver si te pillo) o de escondites (a ver si no me pillan), sino de acordar cosas que son positivas para ambas personas en la pareja, a las que nos podemos comprometer, y que refuerzan la decisión de querer permanecer ahí. La meta de estar en pareja es, al fin y al cabo, caminar con alguien que contribuye a nuestra vida de forma positiva. Más que buscar qué puedo o no hacer para no ser infiel, cómo puedo contribuir a enriquecer la vida de la otra persona y la mía.