Más que con la compatibilidad, la pareja tiene que ver con la compartibilidad. Por eso no es tanto una cuestión de personalidades, sino de cómo cada persona interactúa con la otra.
Cuando las relaciones de pareja se rompen, muchas personas suelen explicarlo desde esa idea de “es que no éramos compatibles”. Desde esa misma idea, ponen muchísimo empeño y cuidado en elegir bien la siguiente vez, en no equivocarse, como si fuera casi una selección de personal. Si en algún momento te has dado una vuelta por las típicas aplicaciones para ligar, habrás visto que rebosan de esta idea: “Olvídate de que podamos ser algo si no mides, como mínimo, 1,75”; “Abstenerse piscis”, o “No me escribas si no tienes más de x euros en tu cuenta bancaria”. Cada quien, con sus criterios.
Pero, ¿es importante elegir bien? Y, ¿qué significa elegir bien? Es cierto que todos y todas tenemos una fotografía mental de lo que buscamos en la otra persona a la hora de formar una pareja; y también lo es que no siempre nos enamoramos de personas que cumplen con ese perfil. De hecho, el enamoramiento es muy caprichoso en ese sentido, y es muy probable que, si has tenido algunas parejas y miras atrás en el tiempo, no muchas (quizá ninguna) de ellas encajen en el retrato robot que tenías. Ojo, que aquí no nos estamos refiriendo a determinadas cuestiones que para ti pueden ser “líneas rojas” y que, por supuesto, deberías mantener.
¿Por qué funciona una pareja?
Más allá de ese retrato robot, es cierto que elegimos, aunque sea azarosamente. Si todos los hombres o todas las mujeres fuéramos iguales, nos gustarían todos los hombres/mujeres, o cualquier hombre/mujer; pero somos diversos/as, y eso hace que nos fijemos en personas concretas. Así que elegir, elegimos; pero muchas veces lo hacemos en ese estado de total locura que es el enamoramiento y, cuando eso pasa, es imposible que elijamos con la cabeza, porque lo estamos haciendo “con el corazón”.
Y aquí viene un spoiler vital: el hecho de que una relación de pareja funcione no tiene absolutamente nada que ver con la compatibilidad ni con la elección: lo creas o no, te hubiera ido igual de bien o de mal con su hermano/a, con su amigo/a, o con su vecino/a. Tiene todo que ver con algo que llamamos la compartibilidad, que vendría a ser “cómo se lo monta” esa pareja. Si te fijas, hay relaciones en las que las dos personas son muy parecidas y les va genial; y otras a las que, siendo igualmente parecidas, les va fatal. Y lo mismo ocurre con los polos opuestos.
La importancia de gestionar la interacción
En definitiva, estamos ante una cuestión que tiene que ver más con la interacción que con las personalidades. Y, aunque es verdad que dos personas competitivas van a competir, dos personas discutidoras van a discutir, y dos personas jugonas van a jugar (ya lo dice Taylor Swift, que los players gonna play, play, play), el hecho de que les vaya bien o mal va a tener que ver con cómo gestionan esa competición, esas discusiones o esos juegos.
Y esa interacción tiene que ver con muchas cuestiones. Por ejemplo, con la capacidad para establecer límites internos y externos (es decir, ser capaces de obtener satisfacción en la relación sin necesidad de que la identidad personal se pierda, y ser capaces de construir una relación especial sin limitar otras relaciones); con la capacidad para comunicarse y negociar, o con la capacidad para construir una relación en la que ambas personas tengan el mismo valor y en la que ambas personas cooperen para alcanzar un objetivo común.
Tradicionalmente se ha equiparado el éxito de las relaciones de pareja con la estabilidad, es decir, con la duración. Pero una relación no es más exitosa por el mero hecho de durar más. Una relación es más exitosa cuando ambas personas se sienten satisfechas y, como consecuencia de ello, deciden que su relación perdure en el tiempo.
Así que ya sabes. La próxima vez que te atormente la idea de que la relación no está funcionando porque esa persona y tú no sois del todo compatibles, te animamos a que puedas preguntarte qué podríais hacer para sentir que ambas ganáis con la relación lo suficiente como para seguir apostando por ella.