La sexualidad ha influido en la creación artística, inspirando la belleza, la sensualidad y la pasión en diversas formas de expresión. Y, además, el arte, ha servido también como un espacio seguro para explorar tabúes y desafiar las normas culturales.
La sexualidad es una dimensión profundamente humana que produce algunos fenómenos fascinantes: nos deseamos, nos atraemos, nos buscamos, nos enrollamos, follamos, nos enamoramos, nos emparejamos… Es normal que, a lo largo de la historia, las personas también se hayan sentido fascinadas con estos fenómenos y hayan querido explorarlos y expresarlos a través del arte.
Últimamente hay dos cuestiones relacionadas con el arte y la censura, que están sobre la mesa y que seguro que te suenan.
Por una parte, vemos cómo determinados gobiernos en muchas comunidades autónomas están censurando productos culturales, que van desde obras de teatro centenarias a películas infantiles recientes. Se trata de una censura que trata de imponer una visión única de la sexualidad, ofreciéndola como una solución a amenazas que ni siquiera existen. A esta censura de las obras, se le suma la censura de las tetas: no puedes poner una teta en Instagram, ni enseñar tus tetas en un concierto como acto reivindicativo porque las tetas son molestas. Bueno, son molestas dependiendo de si están dirigidas o no a alimentar el deseo masculino. ¿En anuncios? Bien. ¿En el porno? Bien. ¿En tu perfil de una red social como una forma de libertad de expresión y empoderamiento? Fatal.
Por otra parte, hay un movimiento de censura hacia aquellas obras que no responden a nuestras normas sociales actuales, y que son claramente machistas, por ejemplo. Se trata de obras que reflejan cómo se entendía la sexualidad y los roles sexuales en un momento determinado; y por eso es muy peligroso sacarlas de su contexto y juzgarlas en el nuestro. Si las censuramos, no podemos saber qué pasaba en ese lugar y en ese lugar. ¡Ojalá ese señor que vivió en el siglo XVI tuviera nuestra altura moral, pero a ver también qué dicen de nosotros/as dentro de 500 años!
No podemos cambiar la historia. Eso es peligrosísimo, porque estaríamos perdiendo el conocimiento sobre la realidad. Lo que debemos hacer es celebrar que hemos cambiado a mejor, y ver los productos culturales como signos de ello. Y, por supuesto, educar a las personas para que vean esos productos culturales en su contexto, y sepan analizarlos a la luz de nuestro contexto actual.
En definitiva, necesitamos más gafas para entender la realidad y menos censura.