Comienza una de las semanas más reivindicativas del año para aquellas entidades que, como nosotras, trabajamos por la defensa de los derechos de las mujeres. Seguro que ya te has encontrado con campañas y mensajes dirigidos a la erradicación de la violencia de género y la lucha por la igualdad que, por supuesto, están fenomenal (aunque todavía está más fenomenal tener a diario el buentrato en mente).
Queremos poner sobre la mesa que esta lucha por la igualdad ni es, ni puede ser, una cuestión únicamente de mujeres. Porque todas y todos queremos vivir en una sociedad igualitaria y sin violencia, y eso implica que entre todos y todas la construyamos. Pero también porque las normas de género que se encuentran en la base de la violencia no sólo hacen daño a las chicas, sino también a vosotros, los chicos.
- “Los chicos no lloran”. ¿Te suena? Esa idea de que los hombres debéis ser fuertes y reprimir vuestras emociones limita enormemente vuestro bienestar emocional. Como llevas quince o veintipico o treinta años sin poder expresar ni tu debilidad ni tus sentimientos, acabas por no tener herramientas de gestión emocional, o por no entender por qué hay chicas que te reprochan que no te estás haciendo cargo de determinadas cosas en vuestra relación. Por cierto, amable recordatorio de que perder el control y ponerse violento no es ningún signo de carácter. Es sólo eso, violencia.
- ¿Y en la cama? ¿Cuánto pesan todas esas normas? Tener que tener siempre deseo; cumplir, rendir, durar; pensar en la penetración, cuando a ti lo que te pide el cuerpo es acuchararte en el sofá con la otra persona y darte mimos; hacer, hacer, hacer y contarlo y demostrarlo; si no la metes no puntúa; pero hiciste algo o no; aprovechar la oportunidad; no irte de ese garito sin haber ligado. Es agotador, la verdad. Y es muy peligroso cuando se convierte en la excusa para tener una relación que la otra persona no desea. Otro recordatorio: el deseo no es algo que te posee y te ciega hasta el punto de no ser responsable de tus actos.
- A-que-no-hay-huevos. Las normas de lo masculino hacen que muchos chicos acaben haciendo cosas que no querían hacer. Cosas que, a veces, son peligrosas: conducir a mucha velocidad; no ponerse una mascarilla o un preservativo; tocarle el culo a ésa y grabarlo.
El precio de no encajar. Eso que llamamos masculinidad hegemónica (la forma de ser hombre que se ha impuesto en nuestra sociedad) implica un estatus. Si no eres o no te comportas como manda la norma, lo pierdes: si no eres fuerte (por dentro y por fuera); si pides ayuda; si hay algo en ti que se lea como femenino; si no eres heterosexual; si no tienes muchas relaciones sexuales (o si no lo cuentas); si no te pones en riesgo; si no eres agresivo; si un día lloraste; estás fuera.
¿Alguna vez te has reído de un chiste machista que en realidad te parecía una falta de respeto? ¿Alguna vez has sentido que tenías que inventar algo sobre ti para encajar en el modelo? ¿Alguna vez has hecho algo que no querías hacer y que te ha puesto en riesgo?
¿Alguna vez has pensado “pero yo por qué narices me estoy relacionando así”?
En este blog no nos cansamos de decir que hay muchas formas de ser hombre, y que todas son válidas. Que el atractivo de los hombres no reside en ese modelo, por muchas chorradas que te digan los gurús del ligue que salen en internet. El reto está en desarticular este modelo masculino que ha conseguido imponerse, pero que literalmente es un infierno: para las chicas, por supuesto; pero también para los chicos, a quiénes se os exige que encajéis en él pagando un precio altísimo.
Sólo así vamos a poder construir relaciones igualitarias y equitativas. Sólo así vas a poder ser tú mismo y estar seguro de que quien está contigo o quien folla contigo lo hace porque le gusta como eres (tú y no una versión macarra de ti); y que lo hace a pachas contigo, y nunca desde la dinámica de poder y violencia que crea ese modelo de masculinidad del que estamos hablando.
Vivimos en un momento de importantes cambios sociales que nos benefician como sociedad -a mujeres y a hombres-. Toca aprovecharlos, mirar hacia dentro y ponerse la pila.