Crecemos negociando. O intentándolo. Hay quien destaca por sus habilidades persuasivas y siempre se lleva el gato al agua. El resto nos enredamos en un tira y afloja hasta que alcanzamos un acuerdo más o menos satisfactorio. Lo suyo es que sea más más que menos. A saber: la cantidad de la paga semanal, la hora de llegar a casa, quién compra el pan o limpia el polvo…
Y aquí precisamente queríamos llegar. Al polvo. Pero a ese otro tipo de polvo, ya sabéis. El que no se limpia sino que, coloquialmente, se echa. Resulta que en estas cuestiones el negociador que tanto se esmera en la casa de papá y mamá (o papás y mamás) sencillamente se esfuma, dejando en su lugar a un jugador que, aunque no sea especialmente creyente, se encomienda a la fe ciega del por esta vez, nada va a pasar ¿no? Pero, ¿alguien se imagina jugar a las cartas sin baraja y pretender ganar? Y más aún: ¿ganar siempre?
Y dale otra vez. Los negociadores reconvertidos en jugadores alegan que usar preservativo corta el rollo, que aprieta, molesta, insensibiliza. Que no hay talla adecuada, o material agradable. Que llevarlo encima es de lo que es… Esta lista, lo que sí es, es manida e interminable y no falta creatividad en la búsqueda de excusas a la hora de responsabilizarnos de nuestra salud sexual. Y es que crecer, queridos, también es eso: asumir responsabilidades.
A diferencia de lo que sucedía ayer, hoy es común que nos relacionamos eróticamente con más de una pareja. Las hay de una noche, unos meses, unos años o toda la vida. Y aquí sí tiene sentido el azar: a más parejas, mayor probabilidad de muchas cosas. Entre ellas, como nada es perfecto, de embarazos no deseados e infecciones de transmisión genital. Son la parte más amarga de este juego -quizá el único al que seguimos jugando de mayores-. Pero adivinad qué: ¡se puede jugar y ganar! O, al menos, se puede jugar sin apostar la salud o los planes de futuro. No es necesario.
Llevar condones encima en previsión de un encuentro erótico es de buscones sí, de buscones de experiencias vitales, deseadas, esperemos que también placenteras y divertidas, de exploradores de cuerpos ajenos, de aventureros que se abandonan al momento y se tiran al precipicio. Pero con red, porque quieren jugar sin jugársela.
Un polvo con preservativo no es ni mejor ni peor que otro sin él. Es lo que es. A lo sumo, diferente. Llevarlos con nosotros puede, al contrario, aumentar nuestra seguridad a la hora de tener relaciones e incrementar nuestro disfrute al olvidarnos de esas rayadas posteriores tan dañinas. Porque tenemos en nuestra mano el recurso para minimizar el riesgo. ¡Tenemos nuestras cartas!
En parejas duraderas en el tiempo, lejos de significar que desconfías del otro, puede verse como el reconocimiento y aceptación de nuestro currículum sexual y tratarse de un acto de amor no solo hacia uno mismo sino hacia ambos al velar por el bienestar y la salud propia y ajena. Hablarlo, expresar nuestras necesidades, escuchar las del otro y llegar a un acuerdo en el que ambos estemos a gusto puede ser el premio gordo. De lo contrario, si damos por hecho y no elegimos, alguien lo estará haciendo por nosotros.
Colocar(se) un preservativo puede ser tan erótico como una mirada delatora, un susurro al oído o desabrochar un pantalón. ¿Jugamos?