“Es una guarra”, “es una estrecha”, “venga, que lo estás deseando”, “fea”, “gorda”, “no te toco ni con un palo”, “mira qué foto de sus tetas me ha enviado ésta”, “no me puedes dejar así ahora”, “mándame tu ubicación para saber dónde estás”, “dime con quién vas”, “no te pongas esa falta que vas provocando”, [inserte aquí su comentario desafortunado].
¿Te suena todo esto? La violencia de género es una realidad innegable, pero aún a día de hoy, sigue siendo imprescindible recordar que existe y que las mujeres lidian con ella a diario. Hablamos de un tipo de violencia que se ejerce contra las mujeres por el mero hecho de serlo, y que no sólo se refleja en los insultos y los golpes, sino que va más allá; y que a veces es tan sutil, que la normalizamos casi sin darnos cuenta. Así, nos acostumbramos a los comentarios desafortunados, incómodos y desagradables, y a las bromas que ridiculizan a las mujeres, tomando como excusa las diferencias de género y convirtiendo esas diferencias en desigualdad. Muchas veces también establecemos relaciones que mantienen dichas desigualdades.
El amor y el deseo, al igual que las relaciones de pareja y las relaciones eróticas, suelen jugar un papel muy importante en nuestras vidas. Enamorarse y ser correspondido/a, al igual que sentir que la persona a la que deseamos también nos desea, es una pasada. Sin embargo, nuestra sociedad ha ido sumando a esa realidad una serie de ideas sobre cómo tiene que ser lo que sentimos y nuestras relaciones. Cada día vemos series y películas, escuchamos canciones, o leemos novelas que nos transmiten ideas como que existe la predestinación y que nuestra alma gemela está por ahí, en algún lugar, esperándonos; que el amor sólo es de verdad si es dramático; que el hecho de amar es suficiente para solucionar cualquier problema, o que el amor es capaz de transformar a las personas.
Todas esas ideas pueden hacer que perdamos de vista el “yo”, tratando de fusionarnos con la otra persona, y alejándonos de todo aquello que no sea la relación. Esa fusión nos coloca en una situación vulnerable de la que no nos planteamos salir porque “el amor lo puede todo”. Un cóctel que puede conducir a desequilibrios y malestares, y en los que los papeles que juegan mujeres y hombres son diferentes: las mujeres reciben el mandato de ser sumisas, pasivas y complacientes, frente a las normas masculinas, que están relacionadas con la dominación. En este sentido, los celos o el control son una forma de ejercer esta dominación y no una forma de manifestar el amor.
Por eso no es muy adecuado hablar de “relaciones tóxicas”. Una relación tóxica implica a ambas partes de la pareja, es decir, una bidireccionalidad. Sin embargo, cuando se produce violencia en el marco de las relaciones de pareja, quienes suelen ejercerla son los varones, precisamente en ese contexto de desigualdad.
¿Qué pasa con los encuentros eróticos? Una mujer que habla abiertamente de placer, de sus deseos y de sus prácticas, suele ser juzgada. Una mujer que tiene muchos encuentros o muchas parejas sexuales, suele ser juzgada. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los hombres, que reciben otro tipo de mandatos (ojo, también muy negativos para su bienestar: cumple, rinde, ten deseo siempre). Muchas mujeres no se atreven a parar en un determinado momento, por miedo a provocar malestar o a decepcionar a su pareja erótica. Y muchos hombres sienten que tienen permiso para obligar a una mujer a mantener un encuentro o realizar una práctica porque ha dado pie a ello.
Pero afortunadamente, esto está cambiando. Cada vez hay más chicos y chicas que son conscientes de todo esto, de que las relaciones están para construir y para disfrutarlas, las dos personas y bajo un marco de igualdad, bienestar y seguridad. Está en nuestra mano cambiar las cosas, cambiar el guion, para que podamos disfrutar de las relaciones y de los encuentros como se merece. Porque, si hemos venido a disfrutar, lo importante es que disfrutemos los dos, ¿no?