¿Sin penetración no hay paraíso?

Con frecuencia simplificamos el mundo para comprenderlo y organizarnos más fácilmente. Pero lo cierto es que estamos plagados de matices. También de incongruencias. De lo contrario, seríamos perfectos. Y también perfectamente previsibles. Dicho de otro modo: aburridos. Así, a secas.

En el arte de amar hemos hecho lo mismo: hemos aprendido un decálogo, el imperante, que no el único. Está plagado de teneres y deberes que, los cuales reproducimos sin pensar. Es algo así como poner la misma canción una y otra vez. La secuencia puede resumirse en lo siguiente: nos besamos, nos metemos algo de mano -por supuesto, directos a pechos y genitales, no hay tiempo para otras geografías-, nos quitamos la ropa –si es que nos la quitamos-, quizá con suerte haya algo de sexo oral, según el grado de confianza, la metemos porque de lo contrario este encuentro sería de segunda y, para rematar, aspiramos a llegar a la vez.

Con el paso del tiempo, unos antes y otros después, nos contáis que os aburrís, mira tú por dónde. Eso que se supone que debía molar tanto se ha convertido en algo tan previsible… Incluso protocolario. Claro, ¿alguno se imagina ver todos los días la misma película y sorprenderse como si fuese la primera vez? Pero no solo eso. También nos confesáis que tras el supuesto ratito de ‘gloria’ os aterran durante largo tiempo los posibles embarazos e infecciones derivados de la práctica de la penetración.

Hoy leemos poco. Se dice que no más de lo que nos cabe en un pantallazo. Así que dejemos el scroll y vayamos a otro grano. Entre lo conceptivo y lo anticonceptivo existe un gris: las prácticas aconceptivas. Resulta que el encuentro entre los amantes no exige obligatoriamente la existencia de penetraciones. En este punto es cuando puedes respirar. Penetrar es una forma más de placer, que no la única, entre tantas otras que escogemos. Porque podemos elegir. ¡Afortunados! En función del momento, la pareja, mis deseos, apetencias… Lo aconceptivo da cuenta de un repertorio de conductas muy variado, un buffet libre muy apetitoso: masturbaciones, felaciones, cunnilingus, abrazos, besos, caricias, mordisquitos, soplidos, masajes… Libres todas ellas de traducirse en embarazos y/o infecciones genitales (¡ojo con la boca! eso sí y el compartir juguetes eróticos) y rayadas posteriores.

Comprender que el coito no es la única forma de tener relaciones sexuales ricas, que reparar en el olor del otro, en cómo su piel se eriza, observarle disfrutar, además de ser una bomba erótica, también es un encuentro de primera y una forma de prevención. Ahí también se encuentra el paraíso.

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